Exportadores chinos están utilizando estrategias como el «lavado de origen» para evadir los aranceles impuestos por el gobierno de Donald Trump.
Esto implica enviar productos a terceros países, como Vietnam, Malasia, Indonesia o Jordania, donde se les agrega un valor mínimo, se reempacan o se les otorga un certificado de origen falso para que parezcan originarios de esos países y así evitar las tarifas aduaneras de Estados Unidos.
Plataformas de redes sociales chinas están llenas de anuncios que ofrecen estos servicios de «place-of-origin washing». Sin embargo, esta práctica no es nueva y ha sido utilizada anteriormente para sortear restricciones comerciales, como durante la primera guerra comercial de Trump con China iniciada en 2018.
Países vecinos de China, como Vietnam, han expresado preocupación por convertirse en puntos de tránsito para estas mercancías, lo que podría generar tensiones comerciales con EE. UU.

De hecho, la administración Trump ha intentado cerrar estas lagunas, aplicando aranceles a países como Vietnam (hasta un 46% en algunos casos, aunque suspendidos temporalmente hasta julio de 2025) y vigilando más de cerca el comercio triangular.
Expertos como Nicholas Lardy han señalado que estas tácticas son ingeniosas pero no siempre ilegales, aunque EE. UU. está tomando medidas para detectar y sancionar el transbordo fraudulento.
Por otro lado, esta estrategia tiene riesgos: los países intermediarios podrían imponer barreras comerciales propias, y China enfrenta el desafío de diversificar sus mercados ante la caída de exportaciones a EE. UU., que han disminuido significativamente (por ejemplo, las exportaciones de comercio electrónico a EE. UU. cayeron un 65% en el primer trimestre de 2025, según The Guardian).
Además, Beijing está promoviendo el consumo interno y la diversificación hacia mercados como el sudeste asiático, América Latina y Europa para mitigar el impacto de los aranceles, aunque la demanda interna china sigue siendo débil.