Por Jorge A. Charles Coll

Es Doctor en Economía, Consultor en AEConsulting, Máster en Economía Internacional y Desarrollo Económico por la Escuela Superior de Economía de Berlín, AlemaniA, Licenciado en Administración de Empresas, Director Ejecutivo del Observatorio Ciudadano de Tampico, Madero y Altamira A.C., integrante de la Mesa Ciudadana de Seguridad y Justicia de Tampico, Madero y Altamira y asesor e integrante del Consejo de Instituciones Empresariales del Sur de Tamaulipas y las 19 cámaras empresariales que lo conforman.
México está entrando en una nueva etapa política e institucional tras las elecciones del 2 de junio, y con ello vienen cambios drásticos que pueden generar efectos importantes en la economía del país.
Para entender cómo impactan estos ajustes, es importante recordar que no ocurren en el vacío: la economía es un sistema complejo, donde cada decisión, por pequeña que parezca, tiene repercusiones.
Detrás de estas decisiones están millones de personas, a quienes llamamos agentes económicos: consumidores, empresarios e inversionistas que, día a día, toman decisiones basadas tanto en razones lógicas como en emociones más sutiles, como el miedo, la confianza, el optimismo o la incertidumbre.
Un ejemplo sencillo: cuando alguien decide comprar una casa con un crédito a 20 años, no solo piensa en los números. También considera si su trabajo será estable, si sus ingresos mejorarán, cómo estará su familia y su salud en el futuro.
Algo similar ocurre con los empresarios que piensan en expandir sus negocios o los inversionistas que se preguntan si es buen momento para asumir riesgos.
En este sentido, la incertidumbre juega un papel clave. Si las personas no tienen claro lo que sucederá a largo plazo, es probable que retrasen decisiones importantes.
Es aquí donde la diferencia entre riesgo e incertidumbre se vuelve esencial. El riesgo es algo que podemos calcular, nos permite prepararnos para posibles escenarios.
Por ejemplo, un empresario sabe que al invertir puede ganar o perder, pero tiene una idea de las probabilidades de cada resultado. Sin embargo, la incertidumbre es mucho más inquietante porque no nos da esa claridad.
Cuando no sabemos qué esperar, cuando el panorama es demasiado difuso, el miedo y la desconfianza se apoderan de las decisiones económicas.
Actualmente, uno de los efectos más palpables de los cambios que se están llevando a cabo en la estructura del gobierno y en el modelo político de México es precisamente esa sensación de incertidumbre.
No hay suficiente claridad sobre lo que implicará concentrar tanto poder político en el Ejecutivo o la posibilidad de realizar todo tipo de reformas al contar con mayoría calificada en el congreso.
A esto se suma una reforma judicial que genera más preguntas que respuestas sobre la autonomía del poder judicial, el pilar que debería actuar como contrapeso en cualquier democracia.
Todo esto crea un ambiente donde la desconfianza crece, y eso afecta las expectativas de quienes hacen funcionar la economía.
Cuando las personas no están seguras del futuro, tienden a ser más cautelosas. Retrasan sus compras, sus inversiones y sus decisiones de expansión. Esto, a su vez, impacta la creación de empleo, el crecimiento del consumo y la circulación del dinero en la economía.
Y aunque estos efectos no siempre se ven de inmediato, poco a poco comienzan a sentirse en la vida diaria.
La economía no es una máquina fría, sino un sistema vivo y dinámico que responde a las percepciones y expectativas de quienes participan en ella.
Los cambios drásticos, como los que estamos viendo en México, generan olas de incertidumbre que se sienten en todos los rincones de la economía, desde las grandes empresas hasta los pequeños comercios locales.
Y, en ese sentido, es importante subrayar que la confianza en las instituciones – particularmente en el Poder Judicial – es un pilar clave para mantener la certidumbre.
Cuando esa confianza se debilita, se vuelve más difícil que los agentes económicos tomen decisiones a largo plazo que impulsen el crecimiento.
Independientemente de las filias y fobias políticas, la economía mexicana necesita un entorno donde las reglas sean claras, donde los cambios se hagan con transparencia, y donde los ciudadanos y las empresas puedan confiar en que el futuro, aunque con sus riesgos, no será impredecible.
La claridad en las reglas del juego no solo proporciona un marco de seguridad para los inversionistas, sino que también impulsa el crecimiento económico al fomentar la confianza de quienes toman decisiones clave.
Al final, un futuro confiable es la base para cualquier éxito económico duradero.